Verano y tú.
¿A caso los planes saldrían de acuerdo a lo previsto? Era un día de
verano, un verano lluvioso, los campos estaban verdes, era de tarde; cuando
caminabas por las calles cercanas a los sembradíos olía muy fresco. Habían
pasado ya unos días sin llover, la tierra estaba pegada al suelo pero no era
notable la humedad. Estaba sentada esperando la llegada de la tarde, tenía los
ojos perdidos en el horizonte, sentada bajo un árbol que me protegía del sol,
admirando aquellos sembradíos como quien admira el pasar de los años. Los años
habían pasado por allí, era como si aquellos campos lo guardaran todo, yo podía
contemplar las historias y volverlas a vivir, incluso aquellas que yo no había
vivido, aquellas que me habían contado. Esperaba la pasada de las horas, a menudo
me parecían lentas, las horas a penas se pueden percibir, no se pueden medir
siquiera al contemplar una flor cuando se abre, para eso hacen falta días. Miré
el reloj, tan solo faltaba media hora. Me acompañaba como siempre mi bolso, era
un bolso menudo y de color azul, lo compré antes del viaje. Era más cómodo.
Podía esperar algún tipo de transporte, apenas recordaba ya las reglas; no
recordaba que no hacía falta ponerme en algún lugar en concreto.
Llegué puntual y esperé; en ese momento lo vería. Mi corazón estaba
más acelerado que nunca, las manos me sudaban, la cabeza estaba flotando en el
aire, nervios, ansiedad… Ansiaba verlo de nuevo, imaginaba sus ojos, su pelo,
aquellos grandes ojos… y su boca, aquella boca que me incitaba a besarle. ¿Qué
palabras pronunciarían sus labios?, ¿qué me diría aquella voz que desde hacía
tanto había amado? Me preguntaba muchas cosas; luego me quedé con la mente en
blanco y muda contemplando el transcurso del tiempo junto a la gente que se
movía.
Me angustié, la desconfianza en mí misma llegó puntual; temí que no
llegara… esos pensamientos se borraron pronto de la cabeza, tan pronto como
vinieron. Imaginé su aroma, el tacto de su piel y, no podía evitarlo, imaginé
sus besos, ¿cómo serían sus besos?
En ese momento, interrumpiendo mis pensamientos y ensoñaciones
apareció un camarero al cual pedí un agua mineral. Apenas le dejé decir palabra
alguna, estaba tan nerviosa que estuve absorta en otro mundo que no era este.
Momentos después me preguntaba. - “¿¡Un agua mineral!? ¿En qué estabas
pensando?” - En esos momentos necesitaba algo que ahogara mi ansiedad, una
bebida espirituosa… cualquier cosa menos agua.
Transcurrieron unos minutos. Saqué un libro del bolso, lo hojee en
busca de la página en la que me había quedado, había perdido el punto de libro
en algún lugar. Me disponía a leer las primeras líneas de una página cualquiera
cuando sentí una presencia frente a mí. Supuse que el camarero regresaba con el
agua mineral. Levanté la mirada, mis ojos se encontraron con aquellos ojos que
estuve esperando, mi sonrisa no apareció entonces, aunque algo en mi interior
no cupiera de alborozo. Quise levantarme, no atiné a decir palabra alguna. Mis
ojos se perdieron en su cara intentando reconocer todos aquellos rasgos que
hacía tiempo no contemplaba así de cerca. Estaba allí, frente a mí.
-
¿cómo estás? – le dije sin hacer ningún gesto más ni
buscar algún tipo de contacto, parálisis, si, aquello era una especie de
parálisis
-
Bien, ¿tú cómo estás? – preguntó hecho un manojo de
nervios al igual que yo
-
Yo bien,
también, estaba esperándote, como puedes ver
Torpes palabras, pensé, como si el no supiera que le esperaba... En
ese momento supe que los nervios que me acusaban eran más fuertes que los suyos
-
Desvarío – dije con una sonrisa
Quería besarle, en aquel momento nada parecía frenarme, nada me
impediría que lo besara, no podría hacerlo ni la inseguridad. El cerebro ya no
luchaba para frenar aquellos sentimientos, dejaba fluir las drogas por mi
torrente sanguíneo y pronto me sentí tan excitada como extasiada.
-
Pedimos algo – interrumpió mis pensamientos
-
Si – titubee – yo he pedido un agua mineral
-
¿un agua mineral?
-
Si, un agua mineral, necesitaba beber algo, pero,
has llegado antes… - volví a titubear
“Mis inseguridades me habían hecho pensar que llegarías más tarde o
que quizás, solo quizás, no acudirías.” No se lo dije, desde luego. Viejos
recuerdos llegaron a mi cabeza como relámpagos; no podía decírselo, no sabía,
no quería, pero para él mi mente ya era como un cristal transparente.
-
Me retrasé un poco
-
Si, bueno, es que… - cambiaba la frase - bueno, se
retrasan… – dije con una sonrisa viendo que mis frases eran torpes, pero el
sabría reconocer lo que decía por el tono – será porque no deseaba realmente un
agua, fue…
-
El instinto…
-
Si… los deseos más profundos a veces ganan a otros…
Asintió con la cabeza, sonreímos. Estaba tan cerca de él y de pronto
algo me frenaba, había algo nuevamente que me frenaba. ¿Cómo iba a besarle?
Mis ojos se perdieron en sus labios, el camarero no llegaba con el
agua, aquello parecía obedecer a mis deseos más profundos… Había pasado tanto
tiempo esperando aquel momento, había imaginado tanto aquella escena, tuve el
instinto, las ganas de huir en ese momento; no huir de él, no sin el. Huir de
aquella escena del bar, crear otra a su lado, en otra parte… el agua mineral se
quedaría en las manos de aquel camarero lento que no llegaba.
-
No viene… será mejor que nos vallamos – dije lo más
tranquila que pude, intentando parecerlo
-
No, espera
-
Ha pasado mucho tiempo ya, ¡no pueden tardar tanto
tiempo en traer un agua! – dije ya algo exaltada, era el deseo de encontrarnos
ya a solas
-
Es qué tal vez te parece que ha pasado más tiempo
del que realmente ha pasado
-
Puede ser… -
le dije reflejando de alguna maneras mis pensamientos en el rostro
-
Está bien, nos vamos – supo adivinarlo, lo entendí
por la forma en que me miró
-
“Si, huyamos como dos bandidos” - pensé y nos dispusimos a salir, entonces me
detuve – espera – le dije, volviendo hacía atrás para dejar algo que pagara el
agua, aquella agua que no bebería, entonces me percaté de que dejaba mí libro
sobre la mesa… y lo guardé de prisa.
Cuando salimos de allí nos encontramos como perdidos, sin saber a
donde ir exactamente, ¿Qué haríamos ahora? Estaba todo planeado pero los planes
ya no funcionaban; estábamos como perdidos, sin saber que hacer, nos acercamos,
le toqué la mano, mi corazón cada vez más acelerado, le abracé, entonces nos
fundimos en un abrazo, me inundó un placer al sentirlo por fin así tan cerca.
Nos miramos a los ojos, estaba a punto de robarle un beso, me acerqué mucho a
su cara y mis labios se juntaron a los suyos; sus labios se entreabrieron,
respondió a mi beso, ya no podía más… nos besamos, nos besamos de aquella
manera que tanto había esperado, nuestros cuerpos estaban juntos, abrazados y
sus besos eran mejores que en los sueños. Luego nos fuimos caminando. Caminamos
sin sentido, nos dimos la mano, nos dirigíamos hacía ninguna parte, a momentos
el me llevaba a mí y otros, era yo quien lo llevaba… Nos adentramos en un
callejón sin salida, un callejón solitario y casi desprovisto de luz. Entonces
lo atraje hacía mí. Empecé a besarlo con toda la locura que era capaz, él me
correspondió, nuestra respiración era entrecortada y estaba agitada al igual
que nuestros corazones. El cuerpo nos lo pedía a gritos. Sentí su erección
mientras me abrazaba, su pene erecto se apretaba contra mí. Pasó su mano por
debajo de la falda mientras me miraba a los ojos; sus labios se habían separado
de mis labios. Separó el tanga de mi piel, le mostré una sonrisa que se perdía
entre la excitación, me tocó el sexo y pudo notar toda la humedad que manaba de
allí. Sonrió sin apenas poder sonreír al igual que yo. Lo imaginé penetrándome.
Mi abrazo se deshizo para intentar desabrochar sus pantalones, bajé las manos y
pude tocar por sobre la tela su sexo totalmente en erección.
Nuestros sexos estaban palpitantes.
-
bájate los pantalones - le pedí casi en tono de suplica
-
no, aquí no
Me negaba lo que le pedía... De pronto escuchamos unos pasos
acercarse. Nos giramos a la vez. Reí al ver al camarero del bar con la botella
de agua en la mano… Ahora no quería la botella ni contemplar aquella escena que
en ese momento era una especie de broma del destino, una sonrisa con sarcasmo
que nos brindaba. Reí. El me miró, no comprendió que era aquello tan gracioso.
-
Vámonos, le susurré
Con la botella en la mano nos dirigimos hacia otro lugar en busca de
los besos que buscaban nuestros labios y sexos.
Nos encontrábamos allí, abrazados, desnudos, con los sexos al aire,
cubiertos de besos y los labios rojizos como las amapolas recién perfumadas.
Mis labios bajaron por su pecho, fueron descendiendo hasta sentir el palpitar
de su cuerpo entre el calor de sus
piernas. Levanté la mirada, le vi los
ojos, brillaban. El de pie, yo en
cuclillas. Mis labios se encontraron con aquel miembro erecto, la cabeza
brillaba, mi lengua se posó por encima. Lo lamí, lo fui lamiendo todo, arriba
abajo hasta tocar los huevos y mordisquearlos suavemente. Luego, sin avisar el
pene se perdió dentro de mi boca. Mamaba una y otra vez. Lo escuché gemir.
Disfruté viéndolo disfrutar bajo aquel cielo azul entre el salvaje paisaje que
nos rodeaba. ¿Te gusta?, le pregunté, asintió. Yo estaba más que húmeda, ríos
se deslizaban por mis piernas. Acomodé la ropa por el suelo, le pedí que se
sentara sobre ella; lo hizo, se sentó. Nos mirábamos a los ojos perdidos en la
excitación, sin saber siquiera el tiempo que había transcurrido. Gemí. El me
miraba y yo a él. Toqué su pene, lo apreté entre mi mano, me fui sentando poco
a poco sin dejar de mirarlo y sentir aquel deseo de sentirle profundamente
dentro de mí. No nos hacían falta las palabras. Le mordí los labios y los besos
se fueron creando solos entre nuestras bocas. Mi vagina estaba cerca, cada vez
más cerca de su sexo, poco a poco se fue abriendo paso dentro de mí… Empecé a
moverme, cabalgaba sobre él. Grité. Me tapó la boca. Los gemidos escapaban de
su propia boca. Me movía furiosamente, el corazón iba a salírseme del pecho en
cualquier momento. Mi cuerpo sudaba, el suyo también, agarró mis tetas con
fuerza. ¿Te gusta putita?, me dijo mientras me corría. Dejé de moverme después
de vibrar. El me tiró al suelo y se puso sobre mí; sentía la yerba pegada a mi
espalda y a él encima de mí follándome con furia. Entonces grité y busqué
morder sus labios, nos besamos entre aquellos bruscos movimientos, luego mordió
mi cuello. Besé su cuello, lo succioné. Respirábamos los dos muy deprisa, sentí
venirme otra vez. Te gusta mucho, eh, putita, me dijo y yo solo podía
concentrarme en no gritar en demasía. Siguió envistiéndome, mis piernas
chorreaban. Estábamos muy mojados ya los dos. Ahora tu, le dije con la voz
entrecortada. Continuó metiéndomela y sacándola con fuerza, deseé que aquello
no terminara nunca, el placer recorría todo mi cuerpo. Entonces sentí que él se
corría, yo volví a hacerlo con el; pude sentir su semen bañándome las entrañas,
me relamí y gocé las contracciones de su pene, la inyección de su leche...
Quedó exhausto sobre mí, los dos tendidos sobre la yerba casi seca. Nos
besamos. Nuestros cuerpos estaban bañados de los flujos de los sexos. Olíamos
como lobos salvajes que copulan.
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