De
pie frente a la ventana observo la tarde que se tiñe de rojo y pienso en lo que ocurrió la tarde
anterior. Yo estaba allí, escondida, nadie me vio.
−Probablemente
no te des cuenta de lo que estás haciendo –dijo Roberto a Jana que se sentó con
las piernas cruzadas en la cama de su habitación.
−¿Qué
no me doy cuenta de lo que estoy haciendo?, ¿a qué te refieres? –preguntó Jana
levantando la voz.
Roberto
estaba de pie junto a la puerta y la miraba con enfado.
−Sabes
a lo que me refiero –dijo enfadado.
−Puedes
irte, no sé de lo que hablas y tampoco me importa.
−¿crees
que nuestro padre estaría muy orgulloso de ti?
−No
lo sé ni me importa.
−Me
das asco Jana, ¿oíste?, ASCO.
Roberto
salió de la habitación enfadado y dio un portazo. Se sentía envenenado y
totalmente perdido. ¿qué podía hacer para salvar a su hermana de tanta
depravación. No había hablado con ella, como aquel día todos los otros días se
había cerrado en banda y no pudo sacarle nada sobre aquello, pero, estaba casi
seguro de que era verdad y le repugnaba imaginarla con todos y cada uno de los
hombres de la ciudad. Jana en cambio se
quedó tranquila sobre su cama, preguntándose a que se refería su hermano. ¿Qué
era aquello que le molestaba tanto?
Jana
se quedó tumbada en la habitación, sin siquiera verme, sin intuir que yo estaba
allí. Me gustaba observarla porque me recordaba a mí cuando tenía su edad.
Observé sus manos que eran blancas, pálidas, el cabello rubio y ensortijado le
llegaba a la cintura y sus ojos verdes parecían siempre sonreír. Yo no sabía
tampoco a lo que se refería Roberto, en un principio, pero luego lo empecé a
intuir. Era sin embargo obvio que yo no podía hacer nada. No podía intervenir.
Escuché
un ruido en la parte baja de la casa. Y Jana también lo escuchó, pero se
entretuvo observando el techo, no sé por qué, y no le dio importancia. Minutos
antes a Roberto le temblaban las manos y aquella vena de la frente parecía a punto
de estallarle. Quise bajar a verle, pero, no podía dejar a Jana sola, no podía,
de hecho, moverme de aquel lugar. Entonces le vi entrar. Llevaba algo en las
manos y Jana seguía mirando al techo sin prestar atención a nada. Quise gritar,
pero ¿cómo puede gritar una sombra en el espejo?
Entonces
vi como Roberto se acercó rápido a ella que dio un pequeño salto y luego rio,
como si se tratara de una broma de su hermano, como antes solían bromear. Y
luego, su cuerpo dio otro salto, y otro. Luego un grito, hasta que su cuerpo
dejó de moverse y la sangre comenzó a brotar también de su boca. No contento
Roberto lanzó el cuchillo frente al espejo, fue en ese momento que me liberó
sin él saberlo. Roberto caminó rápidamente, asustado, dolorido, y avergonzado
también. Yo lo seguí. Había matado a Jana.
−¡He
matado a mi hermana! –gritó sintiéndose como Caín.
La
reacción de Roberto fue abrir la ventana y gritar.
−¡Ayudad
a mi hermana! ¡Ayudad a mi hermana!
Luego
abrió la puerta y un rato después, la ventana y yo le vimos precipitarse desde
aquel segundo piso, que equivalía a un cuarto, al vacío.
Comentarios
Publicar un comentario