“Señora, que no se me acerque, por favor”, le dije en mi cabeza a una mujer que debía rondar mi edad. Estaba a dos palmos de mí. Aquella escena me recordó a los años en los que no podía aguantar que las personas se acercaran tanto a mí, estaba quizás a un metro, no lo sé. Necesito distancia, ¿qué parte de la distancia de dos metros es la que no entienden?
A veces ya no sé si es la parte antisocial la que pide
a gritos que se alejen o simplemente la parte lógica que busca que los bichos se
mantengan a una distancia razonable y no puedan agarrarse a mi ropa. Es
probable que sea la segunda.
“Señora, en un espacio de 3 metros cuadrados no
podemos estar 3 personas”, pienso e intento alejarme y la miro y mi cuerpo me
delata y mi cara, aunque la mascarilla enmascare, nunca mejor dicho, lo que mis
expresiones faciales están diciendo, pero no los ojos, los ojos nunca mienten...
No, nadie tiene prisa, pero si tienen una extraña
propensión a acercarse a las demás personas a menos de un metro.
“No no, ni si quiera me toques, no por favor. Llevo un
spray con alcohol que no voy a dudar en utilizar si me tocas”.
La locura de la gente es ahora el querer acercarse, invadiendo
tanto el tan añorado espacio personal de 3 metros. Oh, que maravilla, si no fuera
porque estamos pasando por una etapa critica en la historia de la humanidad
este sería lo que hemos soñado tanto, introvertidos; pareciera que al fin las
leyes interpersonales se hubieran puesto a nuestro favor, quizá con el tiempo
triunfe esta nueva moda: a tres metros por favor.
“Fuera de mi vista, bueno, de hecho no te veo, estoy
perdiendo facultades visuales así como auditivas”, digo en mi cabeza cuando
estoy a más de 5 metros de ella. Vuelvo a respirar. Los putos virus imaginarios
no paran de aparecer y a veces se esconden en lugares insospechados y si tú no
los ves es porque ya los tienes. Esta es la locura en la pandemia pero esta vez la loca no soy yo.
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