He aquí
una mujer guerrera. Todas las mañanas la veo frente a mí, es una mujer de
treinta años con el pelo negro y tintes plateados por algunas zonas de su cabeza,
tiene en la piel la tonicidad que dan los treinta, los poros de su cara lucen
dilatados, lleva alrededor de los labios algunas arrugas al igual que en los
ojos. La veo, la contemplo. La conozco bien. Todas las mañanas acaricio las
cicatrices de su cara y de su cuerpo con naturalidad, ternura y delicadeza. Esa
mujer de 55 kilos que lleva marcas de guerra en todas y cada una de las partes
de su cuerpo, nació un día para mí…
Llevo
peleando 30 años en esta dura batalla que es la vida, todas las cicatrices de
guerra son yo, y yo soy esas cicatrices, las que rodean las comisuras de mis
labios, las que empiezan a rodear mis ojos y mi cuerpo entero.
Me
despierto, me desnudo, me enjabono, me enjuago, me observo. Me acaricio. Las estrías
que cubren mi cuerpo son apenas unas líneas que cuentan mi historia, la
historia de mi vida. Las marcas que nacen en mi cara son la historia de una guerra
que vencí. ¿Avergonzarme?, ¿de qué?, ¿acaso de mi fortaleza?, ¿de mis guerras
ganadas? Y aunque todos ellos digan lo
contrario y aunque me vean como la vencida;
aunque la gente me señale, aunque me observen y hablen bajo: esta soy
yo, la guerrera, la que venció.
¡Todas
estas marcas que veis en mí son de guerras ganadas!
Cada mañana me levanto, a veces a regañadientes y otras como si la vida me hiciese una llamada a la que atenta respondo de inmediato. Todas las mañanas me levanto y veo a esa mujer con los pelos alborotados, vellos mal puestos en su cuerpo y partes colocadas a la perfección. Todas las mañanas la veo y a veces lo primero que le digo es: qué gorda estás. ¿Es acaso hermoso que las primeras palabras que te digan sean esas? No. Rectifico, nunca más serás tan joven, nunca más serás tan bella. Rectifico, si, lo serás… porque cada marca nueva, porque cada nueva cicatriz de la vida es el símbolo de una nueva guerra ganada, y cada nueva tú es más joven que la anterior. Las estrías de mi barriga son las cicatrices del amor que bordeó mi vientre. Algunos de los surcos de mi piel y de mi alma muestran la guerra que gané contra la depresión. Hay cicatrices en mí que muestran las guerras ganadas a virus mortíferos. Soy una guerrera que vino triunfante. Una guerrera que lo dio todo por ganar y que venció.
Soy
madre, mujer que se dividió en dos, aquella que dejó a un lado su vida por
traer otra al mundo. Esa soy yo, cuerpo dilatado, gritos y felicidad tintada de
colores hormonales.
¿Dónde
está la que fui? me pregunto a veces, pero, ¿no es acaso más valiente esta
nueva versión?, ¿no es una aberración traicionar a la que soy por la que fui?
No puedo traicionar a ninguna, porque esas dos mismas soy yo.
Levanto
las manos, acaricio mi cara, descubro mi pecho, observo mi vientre, contemplo
mis piernas, acaricio mis muslos, dibujo sobre mis caderas. Estas son las
marcas de mis luchas, esta soy yo, la vencedora. Esta soy yo, la guerrera.
Yo fui esas
guerras, esos llantos, esas alegrías. Yo soy ella, yo fui ella, yo soy esta: El feto, la
bebé, la niña, la adolescente, la hija, la mujer, la madre, la amante, la
amiga, la guerrera. Esta soy yo y he aquí mis marcas de guerra. Esta soy yo. He
aquí una mujer guerrera.
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